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Como los tres cerditos del cuento, las principales carnes de la Argentina cerraron filas en la Rural para que no se los coma el lobo

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El cuento de los tres cerditos es mundialmente famoso y no vale la pena extendernos sino simplemente resumirlo: un cerdito hizo una casa de paja, el lobo sopló y la derribó; huyó hacia la morada del segundo cerdito, que se hizo un rancho de madera, que tampoco aguantó. Finalmente los tres cerditos se refugiaron en la vivienda del cerdito que más había trabajado y que había construido su casa de ladrillos y cemento. El lobo se cansó de soplar.

En esta metáfora, el lobo es la Argentina, con sus erráticas políticas, sus restricciones externas, las retenciones y la idiotez de su clase dirigente, que no logra mantener el timón derecho por más de un corto tiempo. El lobo se come todo lo que encuentra, sobre todo los proyectos de largo plazo.

En este cuento la Argentina tiene todo para crecer, pero lo consume, se va comiendo sus posibilidades y sus sueños. Tiene soja y maíz, agua potable, mercados demandantes en todo mundo, productores con muchas ganas de producir. Pero no termina de configurarse como líder en la producción y exportación de carnes. Brasil, acá al lado, es el ejemplo contrario: hace unos 30 años importaba carne porque no le alcanzaba para su consumo, pero se organizó, decidió producir mucho y ahora es el mayor exportador sumando las tres carnes más consumidas en el mundo.

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Como ya es costumbre en cada edición de la Exposición Rural de Palermo, este martes se realizó una nueva jornada para analizar la situación de los tres cerditos y el lobo que siempre amenaza comerlos: Estaban en representación de la carne bovina el experto de los Grupos CREA José Lissi; como representante de la carne de cerdo el titular de la Federación Porcina Argentina, Daniel Fenoglio; y también el empresario que mejor representa al sector avícola, el dueño de Granja Tres Arroyos, Joaquín De Grazia.

¿A cual corresponde cada cerdito? Claramente el que construyó una casa de paja fácilmente desarmable es el sector de la carne vacuna; el de la casa de madera es el porcino, que viene mejorando pero todavía le falta; y el que construyó una sólida casa de materiales es el sector avícola, que tiene un plan de crecimiento sostenido desde 2001, que viene cumpliendo sin sobresaltos y lo pone a salvo de cualquier soplido. Incluso se bancó, sin llorar, la irrupción de la Influenza Aviar en 2023, con la pérdida de sus principales mercados externos.

Entre los tres, porque finalmente se reúnen todos los años en la Rural para mostrarse como cadenas productivas complementarias, que cuando se juntan no le tienen miedo a nadie, pueden mostrar un sólido consumo de proteínas animales, que se sostiene en torno a los 110 kilos por habitante y por año a pesar del fuertísimo ajuste del gasto de las familiar argentinas.

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En este esquema, cuando el lobo derrumba como sucede ahora el consumo interno de carne vacuna (que ha bajado casi 10% el último año) y se ubica por primera vez en la historia por debajo de los 45 kilos anuales per cápita), cuando se cae la casa de paja teniendo en cuenta que el consumo interno absorbe 70% de la producción local, el primero en acudir a su rescate es la competitiva carne porcina, con su casa de madera, un poco más resistente pero igualmente vulnerable.

El cerdo ha crecido su participación en los últimos veinte años de 8 kilos anuales a 18 kilos. Pero su suerte todavía está muy atada a la de la carne vacuna: si ésta se retrasa mucho en los precios (como ha empezado a suceder en los últimos meses) lo sufren igualmente el pechito o el carré.

Cuando los dos primeros cerditos deben finalmente emprender la fuga, como sucede ahora, esté el pollo para sostener los valores de consumo globales de proteínas animales. De Grazia contó que cuando él comenzó a trabajar junto a su padre, como cincuenta años atrás, el consumo era de 3 kilos anuales de pollo por habitante contra cerca de 100 de carne vacuna. Ahora se ha emparejado por el descenso de la vaca a 45 kilos, pero el constante ascenso de la oferta de carne aviar, que también toda los 45 kilos por habitante y por año, equiparando el consumo de carne vacuna.

Así, gracias al pollo y el cerdo, los débiles ganaderos de la primera casa de paja logran sobrevivir cuando se habla de la oferta total de carnes al mercado doméstico. Si no hubiera refugio primero en la casa de madera y luego en la casa de ladrillos, los argentinos estaríamos comiendo exactamente la mitad de carne que medio siglo atrás. El lobo se haría un manjar. Sería una catástrofe alimentaria.

Hermanados en esta situación, los tres chanchitos coinciden ahora en otra cosa: todos quieren seguir creciendo pero el mercado doméstico no está en condiciones de hacerlo mucho más, pues una ingesta promedio de 110/115 kilos ubica a la Argentina en los niveles más elevados del mundo.

Por eso el acuerdo que se volvió a refrendar en esta nueva reunión en la Exposición Rural es que el primer gran salto debe darlo la cadena de la carne vacuna, que según Lissi está estancada desde 2011 en una facturación total (por exportaciones y consumo interno) de 14 mil a 16 mil millones de dólares. “Hay mucho para hacer y lo podemos hacer”, sentenció el analista ganadero, deseoso de dejar detrás la morada precaria que siempre derriba el lobo con gran facilidad.

Para Lissi, sin embargo, una cosa debe quedar clara: los nuevos materiales  de construcción (el plan estratégico del sector bovino) debe partir de la premisa que todo aumento de producción que se logre a partir de ahora debe ser destinado al mercado de exportación. “Acá la discusión es el desarrollo del país frente al consumo interno de carne. Pero si no se desarrolla el sector, el mercado doméstico va a a comer cada vez menos carne”, advirtió.

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“Estamos en 45 kilos porque el sector viene achicándose en relación a la población. Si no hay desarrollo de largo plazo eso va a seguir pasando”, insistió Lissi, quien proyectó que si se lo deja exportar libremente y con el incentivo de una economía saneada, el cerdito de la casa de paja podría inyectar hasta 10.000 millones de dólares en divisas anuales.

Los otros dos cerditos, el avícola y el porcino, saludaron esta impronta exportadora del dueño de la casa de paja, básicamente porque si la carne vacuna se desenreda de sus taras y se pone a construir algo más serio para el futuro, será lo mejor para todos.

Fenoglio, desde la Federación Porcina, recordó que ellos crecieron hasta proveer 18 kilos por habitante y por año, pero avisó que “no vamos a parar hasta los 30 kilos”. La explicación es que son muy competitivos y “tenemos que ser una carne accesible para todos los días, estamos yendo hacia eso. Necesitamos que el vacuno este 20/ o 30% más caro que nosotros”, y eso se logra exportando más bovino, sin saturar de oferta hacia el mercado interno. Luego de eso, para el cerdo también será sencillo crecer, incluso duplicando la producción e incursionando en el mercado externo mucho más que ahora.

De Grazia, el mayor productor de pollos del país, el cerdito de la casa mejor construida, también tiene perspectivas de crecimiento si la carne vacuna logra mudarse y despegar de la alta dependencia para con el mercado interno. “La realidad es que todavía la carne aviar tiene mucho mas potencial para expresar”, indicó el empresario, recordando que en 2001 -cuando comenzaron a construir los cimientos del proyecto avícola- aportaban 17 kilos per cápita al consumo y ahora han llegado a 45 kilos y compiten mano a mano con la carne vacuna.

La intensificación avícola requiere de inversión para construir y modernizar cerca de mil galpones de cría de última generación, y les permitirá según el empresario agregar 200 gramos en promedio a cada pollo producido, que hoy llega a los 3 kilos de pesos en el corto lapso de 45 días. Esto, como el mercado interno luce bien abastecido, podría implicar triplicar las exportaciones, desde las actuales 200 mil toneladas a unas 600 mil, valuadas en 1.200 millones de dólares.

El cuento termina lindo: el lobo se cansa de soplar y se mete por la chimenea de la casa de ladrillos, que está encendida con la paja que sobró de la primera casa y la madera de la segunda. Todos aprenden que el futuro se consigue trabajando fuerte para estar seguros.