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La familia Sánchez, en San Juan, lleva tres generaciones produciendo y exportando semillas de cebolla 

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Mauricio Sánchez, con 48 años, es el portavoz de la historia pasada y actual de su familia, que lleva tres generaciones produciendo semillas de cebolla en la provincia de San Juan. Fueron de los primeros en venderlas a los productores de Santiago del Estero, y a partir de 1992 sumaron la multiplicación de semillas híbridas y empezaron a exportarlas al mundo.

La marca lleva el apellido de su iniciador, el abuelo Antonio Sánchez Sánchez, y así quedó registrada la empresa, como “Sánchez Sánchez SRL”, productora de semillas hortícolas, especializada en semillas de cebolla. 

El padre de Mauricio, con 72 años, dice haberse retirado de la actividad formal, pero su hijo aclara que él continúa gerenciando la empresa, con la libertad de estar o no presente, ya que sus tres hijos reconocen que su experiencia es imprescindible. En lo cotidiano, Mauricio y sus dos hermanos se distribuyen las distintas responsabilidades para dirigir la empresa familiar. Él se ocupa de la producción y de la planta de limpieza de las semillas. Federico está dedicado al trabajo de campo y a la guarda de los bulbos. Beatriz se dedica a la administración y ventas, en este caso, a la comercialización interna y también a la exportación.  

Explica Mauricio: “El 80% de nuestro trabajo está abocado a la producción de semillas híbridas para el mercado extranjero. Sólo producimos un 20% para el mercado interno, de semillas OP (Open Polinization), es decir, polinización abierta, que son las plantas estándares”.

Mauricio señala que San Juan tuvo más inmigrantes españoles que italianos; al parecer, al revés que la provincia de Mendoza. “Fue mi abuelo, quien empezó en la década de 1950 produciendo cebolla y uva para mercado en fresco, sobre unas 10 hectáreas en la zona de Médano de Oro, con el caballo y el arado de reja artesanal. A fines de esa década venían desde Santiago del Estero a comprarle los bulbos de las cebollas y un día, un productor le preguntó por qué no vendía las semillas. Mi abuelo lo pensó y empezó a producir semillas para venderles a los santiagueños. Se iba en colectivo hasta que pudo comprarse su primera camioneta. Era una variedad precoz, que cosechaba dos semanas antes que el resto del mercado, y era primicia. A partir de ese momento comenzó a tener más demanda y viajaba más y más al norte”. 

“A mediados de los ’70 -continúa relatando Mauricio- mi padre se sumó al trabajo de mi abuelo y compró el primer tractor. Cuenta él que mi abuelo se resistía a comprarlo, porque consideraba que sería una pérdida de recursos. Después se convenció de sus beneficios, que mejoraba la capacidad de trabajo y la calidad. Papá pasó a producir semillas para cebolla de día corto, de poca chala, tierna, jugosa, de sabor más bien suave. Lograron comprar dos quintas, en Pocito, a unos 6 kilómetros de donde empezó mi abuelo. Y ahí hemos montado la planta de limpieza de las semillas”. 

“Luego, en 1983 -sigue Mauricio- comenzó a multiplicar una variedad del INTA Balcarce, la semilla Valcatorce, de libre comercialización, para vender a la región sur. Por ese motivo llegó a hacer base en el pueblo Mayor Buratovich, cerca de Bahía Blanca. Al poco tiempo, un tío nuestro se fue a vivir a allí con su familia, para vender las semillas. Y en una última etapa, mi padre empezó a producir semillas híbridas y empezó a exportar”. 

El sanjuanino da detalles del manejo de su empresa: “Trabajamos entre 80 y 100 hectáreas por año, distribuidas en parcelas de 3 hectáreas, en promedio, porque se trabaja sobre superficies chicas. Nuestro costo de mano de obra es alto. Por ejemplo, para la cebolla necesitamos de una persona permanente controlando el riego y para hacer las aplicaciones. Nuestra planta de limpieza consiste en un galpón mediano, donde contamos con una mesa vibradora o gravimétrica, que separa las semillas por peso específico. Una clasificadora de zarandas móviles que separan por tamaño y forma, y otras dos máquinas que trabajan por color: una que separa por contraste, y otra que lo hace por color y forma”. 

Mauricio agrega que las máquinas son importadas, buenas, no necesitan muchos repuestos. “Pero cuando te hacen falta, te resultan carísimos, por las tasas, etc.”, señala.  Explica que luego, se hacen análisis de germinación y de pureza física a todos los lotes. “Algunos nos piden análisis patológicos, para saber si tienen alguna enfermedad, etc.”, completa.

 

Se explaya: “Nuestra primera exportación de semillas híbridas fue en 1992, y hoy exportamos entre 40 y 45 toneladas por año, a Estados Unidos, Países Bajos, Sudáfrica, y a España e Italia, de modo alternado. Lo concretamos en octobins, unas cajas de cartón bien duro, que transportan 400 kilogramos de semillas, dentro de un bolsón plástico. Lleva un precinto de SENASA para garantizar que no sea alterado durante el traslado hasta destino. Con los clientes del exterior nos vinculamos por un contrato”.

Y respecto de los productores locales de semillas, explica que se manejan del mismo modo: “Contratamos a unos 15 por año y entre un ingeniero agrónomo y yo, les hacemos el seguimiento, los asesoramos visitándolos todo el tiempo, les prestamos máquinas para hacer los movimientos de suelo, etc. Luego ellos nos entregan las semillas en bolsas. Nosotros nos ocupamos de hacer la trilla, la limpieza de la semilla, la sanidad y gestionamos ante el SENASA y demás. Trabajamos mucho con SENASA y con INASE, y nos sacamos el sombrero, porque siempre nos facilitan nuestro trabajo”, asegura. 

Consultado acerca del nivel competitivo de nuestro país en el mundo, dijo: “Con los demás países, competimos bien por la calidad de nuestras semillas. Pero en precios, no somos tan competitivos. Producir en Sudáfrica, resulta más barato que acá. Y más barato aún resulta en China e India. Otra virtud es que nosotros somos confiables para las empresas extranjeras, ya que ellas nos dan las semillas a multiplicar. En otros países, los productores suelen meterles a los dos años unas semillas parentales. Acá ha habido casos puntuales, pero se los ha ido marginando”.  

En San Juan la sequía golpeó fuerte a los productores, pero también a las abejas y por ende, a los apicultores, a quienes la familia Sánchez cada año necesita alquilarles sus colmenas. Y las abejas son imprescindibles en el proceso de la floración de las plantas de cebolla. Relata Mauricio: “Las abejas son nuestras socias estratégicas, porque sin abejas, no hay semillas. Vos podés haber hecho todo de manual, pero si no están las abejas, no cosechás casi nada. Hay otros polinizadores silvestres, pero inciden en una minoría, como algunos tipos de avispas, etc. Alquilamos unas 12 a 15 colmenas por hectárea”. 

“La sequía produjo una merma en la cantidad de colmenas –continúa-. Y además, nos ha obligado a desplazarnos, porque tuvimos que cerrar las fincas que teníamos irrigadas solamente con agua de río. Nos fuimos quedando con las que, si bien tienen agua de río, además tienen la posibilidad de ser irrigadas con agua de pozo, y que luego distribuimos con riego por goteo. Antes, el agua de pozo era secundaria, y hoy se ha vuelto imprescindible. El problema es que el pequeño y mediano productor no pueden hacer un pozo, por los altísimos costos”, aclara el sanjuanino. 

Mauricio de cuenta de que la actividad tiene su sacrificio: “La temporada alta arranca con la floración, que dura normalmente desde el 10 de octubre hasta el 20 de noviembre, y culmina en mayo con la última cosecha. En invierno nos levantamos a las 5 de la mañana porque a las 7 tenemos que estar trabajando, y en verano, lo hacemos a las 4, porque trabajamos de 6 a 15. Cuando hay limpieza, tenemos que quedarnos hasta la hora 18 y a veces más tarde. Hoy generamos 18 fuentes de trabajo estable y las duplicamos en las temporadas de cosecha”. 

Con la política cambiara del gobierno de Alberto Fernández, cobrábamos a dólar oficial a la mitad del precio que comprábamos los insumos, que era a dólar blue. Producimos un kilo de semillas y las vendemos a 50 dólares. Pero el Estado se te queda con más de la mitad, eso es un robo. Los extranjeros no pueden creer que tengamos impuestos para exportar. En estos escenarios, siempre aparecen los oportunistas y además perdemos la referencia de precios, por ejemplo, de los herbicidas y demás -nosotros, generalmente nos manejamos con cuatro agroquímicas-. Por todo esto, nos hemos descapitalizado en estos últimos cuatro años, porque para colmo nos castigó la sequía y las heladas tardías. El año pasado cosechamos un 45 % de semillas. Cobrar a mitad de precio, y por la sequía, haber producido la mitad, fue catastrófico.”, lamenta el productor.  

Culmina Mauricio: “Nos gustaría incorporar tecnología más moderna en el campo y en nuestra planta. Pero en la última Expo Innova Cuyo, si bien nos sorprendimos con la nueva tecnología -ya que las últimas máquinas no necesitan conductores, por ejemplo-, también nos asombramos por los precios, porque necesitaríamos invertir años de trabajo para pagarlas. Y para colmo, si quisiéramos aventurarnos, veníamos con las consabidas trabas a la importación, las cuales desaniman definitivamente a todo productor. Esperemos que de una buena vez todo esto cambie, porque tenemos todo el potencial para crecer, que este este nuevo gobierno siente las bases para promover el trabajo y cree oportunidades inclusivas que vuelvan a integrarnos como país, porque nos han desintegrado”.

Mauricio nos quiso dedicar el vals cuyano “Nochecitas de San Juan”, de Félix Blanco, por Enrique Espinosa. 

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