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La frase del momento después de los despidos de altos funcionarios de Agricultura: “Si le queda algo de dignidad, Vilella debería renunciar ya mismo”

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La secuencia de este viernes quedó más que clara: Luis Caputo, el ministro de Economía, terminó de acomodar su ropero de poder en el Palacio de Hacienda y disciplinó de un saque a dos funcionarios que no se resignaban a ser, a partir de ahora, instrumentos obedientes de ese entramado.

Las medias que habían quedado fuera de lugar eran Pedro Vigneau y Germán Di Bella, dos representantes genuinos del sector primario (ambos son productores y representan intereses concretos, como la cadena maicera y el sector de biocombustibles). Economía ya venía pensando en su desplazamiento desde hace rato y solo era cuestión de días. Pero el viernes a media mañana se tomó la decisión. Como las medias se resistían, Caputo (como solía hacer el matrimonio Kirchner) filtró la denuncia nada menos que en el medio kirchnerista El Destape y a partir de allí fue cuestión de horas. Recién al rato, el jefe de Gabinete de Javier MIlei, Nicolás Posse, se comunicó con ellos para anunciarles formalmente la decisión. Quedó claro que ellos no querían irse, que los despidieron.

Una cosa es que te echen con Clarín o La Nación y otra muy diferencia es que te renuncian vía El Destape. Esa es una señal clara del valor que tenían ese par de medias para el equipo económico. Sus colores desteñían, en solo cuatro meses habían pasado de moda.

Era obvio, en cualquier análisis político, que la figura del secretario de Agricultura, Fernando Vilella, iba a aparecer sumamente esmerilada después de ese reacomodamiento: finalmente la “renuncia” definida por Caputo lo iba a dejar sin su mano derecha (Vigneau, a quien siempre soñó como su jefe de gabinete) y sin su principal valor simbólico (Di Bella, como fundador de Bio4, es uno de los mejores sinónimos vivos de la famosa “bioeconomía” con la que machaca). Resultaba obvio que de ahora en más sería solo una figura decorativa.

Si uno fue, durante estos casi cuatro meses de gobierno, lector consecuente de Bichos de Campo sabrá bien que este reacomodamiento del poder forma parte de un proceso de desgaste que ha tenido varios episodios. La “renuncia” forzosa del segundo y el tercero de Agricultura es apenas uno de los capítulos finales -no el último- de una saga que comenzó con el reinado de Milei, un economista que hasta ahora no tenía la menor idea de lo que sucede más allá de la General Paz y que recurrió a un financista, Caputo, para que acomode los números de la macro.

Sucede que, cuando Caputo fue anunciado como ministro de Economía, el 29 de noviembre de 2023, Vilella ya hacia rato se había apoltronado en el casillero de la Secretaría de Agricultura, bendecido por el mismo Posse que ahora le suelta la mano. Para eso, había formado un tridente junto a Germán Paats, de la Fundación Barbechando, y el mencionado Vigneau, que era presidente de Maizar. Entre los tres convencieron a Posse, y por añadidura a MIlei, que eran la mejor opción para conducir la política agrícola libertaria. Y en rigor lo eran, porque dentro de La Libertad Avanza no existía otra.

El 5 de diciembre de 2023, cinco días antes de la asunción de Milei, Vilella se presentó en sociedad frente a un centenar de los principales agro-empresarios de la Argentina. Allí repitió el discurso al que ya tenía acostumbrado a todo el sector desde sus cátedras de Agronegocios o Bioeconomía de la UBA, y que siempre resultó seductor para el sector porque hablaba de producir más y mejor, de exportar valor agregado, de generar empleo.

Sonaba encantador, pero hasta ese momento le había sido esquiva la política. La comunidad de los agronegocios parecía tocar el cielo con las manos: por primera vez alguien que iba a ser presidente parecía haber entendido el valor de tener una política productiva de largo aliento. Con Milei, Caputo y Vilella, los patitos parecían ponerse en fila.

El problema es que Caputo venía a otra cosa y Vilella no era parte ni de su equipo ni de esa lógica. Y el problema es que Milei solo conocía de su secretario de Agricultura por lo que le decían otros: nunca había tenido más que un cruce ocasional. En rigor, Vilella recién se presentó como ante el Presidente en la reciente Expoagro de San Nicolás: cuando el Presidente bajó del helicóptero lo esperaban Vilella y el ministro del Interior Guillermo Francos. Fue inevitable el saludo.

Por eso desde el vamos la decisión política de Caputo -consentida por Milei- fue ir cercenando las cuotas del poco poder que -por inercia burocrática y no mérito propio- ostentaba su secretario de Agricultura.

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Digamos que no le resultó nada difícil. La Secretaría de Agricultura depende formalmente del placard de  Economía desde que Sergio Massa, en agosto de 2022, se convirtió en el “hombre fuerte” del anterior gobierno y absorbió múltiples áreas de gobierno en un súper ministerio: Industria, Agricultura, Transporte, Energía… Hasta ese momento, Agricultura tenía nombre propio y cierta autonomía política: era ministerio, tenía sus propios abogados, manejaba su propio presupuesto. Cuando aquello sucedió, los dirigentes de la Mesa de Enlace se encogieron de hombros como diciendo que era lo mismo ser tal o cual cosa, porque lo verdaderamente importante era que Massa los recibiera y atendiera sus reclamos.

Tampoco dijeron nada -por el contrario, parecían celebrarlo- los dirigentes de los productores cuando Caputo comenzó con su plan de exterminio de cualquier rastro de soberanía alimentaria dentro de su nuevo armario. Y la lista de sucesos y alertas hasta llegar a esto ha sido larga:

  • Primero a Vilella, incluso antes de asumir, le bajaron a Paats como secretario de Agricultura, argumentando una situación personal y empresaria incómoda que jamás fue bien explicada.
  • Luego a Vilella le dijeron que no iba a poder tener jefe de Gabinete, lugar donde pensaba colocar a Pedro Vigneau para que atendiera todo el manejo político de la Secretaría.
  • Más tarde Juan Pazos, que es un par en el organigrama (como secretario de Industria) pero sí pertenece al riñón de Caputo, lo desautorizó de mala manera cuando intervino en la discusión por el futuro del INYM (el Instituto Nacional Yerbatero), y dio de baja al funcionario nombrado por Vilella y que fuera anunciado en una gacetilla oficial.
  • Como Vilella no tenía nadie para colocar en Pesca (que no formaría parte de la Bioeconomía), qusi desprenderse de ese área y cedérsela a Economía. Pero Caputo le devolvió la pelota y le ordenó conservar bajo su órbita ese área tan conflictiva.
  • En febrero pasado, Economía intervino de facto la Secretaría de Agricultura, al enviar un contador a controlar todos los gastos y decidir que se iba a disolver la Subsecretaría de Administración y Personal. Todas las decisiones de ese tipo pasarían de ahí en más a depender del propio Pazos en Industria. Bichos de Campo fue el único medio que relató lo que pasaba y fue desmentido por el secretario de Agricultura, quien mintió argumentando que se trataba de una reforma integral en el gobierno. Nada que ver: fue su modo de justificar que Agricultura, por primera vez en la historia, se quedaba sin el manejo de su presupuesto y su personal.
  • No conforme con eso, Pazos ordenó despedir a las tres abogadas que históricamente manejaron los expedientes vinculados a Agricultura y a otros empleados de ese sector. De nuevo, Vilella no opuso ninguna resistencia.
  • Fue desde Economía que se designó a los funcionarios que históricamente habían dependido de Agricultura, como el coordinador del Fondo del Tabaco y el responsable del ex Prosap, el área que manejaba los créditos internacionales dedicados al sector.
  • Los equipos de Caputo dieron el golpe de gracia cuando la semana pasada definieron que el Fondagro, un fideicomiso que todavía le permitía cierto manejo presupuestario a Vilella, se comenzara a manejar con una conducción colegiada de cinco miembros, donde tres eran de Economía (y que responden a Pazos) y solo dos de Agricultura.
  • Después de eso, para terminar dominar los aires de rebeldía que todavía podían soplar desde Agricultura, solo faltaba echar al segundo y al tercero de Vilella en ese organismo, y de allí las eyecciones de Vigneau y Di Bella, que no se destacaron por rebelarse públicamente ni mucho menos, pero que sí conservaban algunas ganas -pocas, es cierto- de tener cierta autonomía para decidir algunas cosas. De hecho, algunos cerca de Pazos le echan la culpa a Vigneau de deslizar en reuniones privadas con empresarios que ni él ni Vilella estaban de acuerdo con las retenciones.
  • Y así todo.

Anoche, tras conocerse el despido de los dos funcionarios, la comidilla obvia en el sector, la cuota de suspenso, era saber qué iba a suceder con Fernando Vilella, a quien Economía ni siquiera la aprobó la nueva estructura de la Secretaría y mucho menos el cambio soñado de denominación: el ex decano de la Fauba siempre sonó con ser “secretario de Bioeconomía”, un puesto que no existe. Caputo le había prometido a Vilella esa nueva estructura  (que le hubiera permitido formalizar muchos nombramientos) para antes de la Expoagro, pero eso tampoco se cumplió.

Si hasta el Gordo Dan, tuitero predilecto del ejército troll libertario, se animó a echarlo por las redes sociales. Nadie le reprochó nada. Solo faltó que Milei le pusiera “me gusta”.

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“Si le quedara algo de dignidad, Vilella también debe renunciar”, era la frase más escuchada entre quienes entienden algo de política agropecuaria. “Se tiene que ir. No puede ser que regale todo su prestigio para terminar de este modo”, reflexionaban otros. Todos sabían que, de permanecer en el puesto, Vilella será apenas una figura decorativa. Nadie querrá hablar con él. Todos saben que no decidirá nada.

Vilella, en el armario ordenado de Caputo, vendría a ser como aquel viejo gorrito coya, el chuyo, que alguna vez se compró en una breve visita a la plaza de artesanos de Purmamarca, en la Quebrada de Humahuaca. En Buenos Aires desentona, no sirve para nada, está pasado de moda y además con la lana (finalmente sus ideas) produce cierta picazón. Si hasta defiende la Agenda 2030 en medio de un gobierno lleno de terraplanistas.

Pero nadie quiere tirarlo porque finalmente conserva cierto valor afectivo y algo de romanticismo. Y como ocupa poco lugar, y no incide para nada, no se tira y se conserva en el ropero hasta que termine apolillado.

Juan Pazos, según dijeron algunas fuentes a Bichos de Campo, se tomará el fin de semana para buscar a dos productores amigos suyos para reemplazar en los cargos vacantes a los amigos de Vilella. Los nuevos calcetines serán del equipo de Caputo. Y chau Pimpinela. El gorrito, si decide quedarse, será de ahora en más una figura decorativa. Casi como lo que venía siendo hasta aquí, pero más escondido todavía.

Lo que finalmente el sector agropecuario debe saber es que se ha consumado la colonización del viejo Ministerio de Agricultura por parte del Ministerio de Hacienda, y que Vilella lo ha permitido sin oponer nada de resistencia. ¿Le quedará acaso un poquito de dignidad para poder renunciar y retirarse a seguir escribiendo sus famosos papers? Esa es la pregunta de la hora.

Los dirigentes rurales, todavía ciegamente esperanzados con Milei, siguen contemplando en silencio este sainete, que marca el inicio de una nueva etapa de sumisión extrema de la política productiva a las necesidades de la macroeconomía, que como todos sabemos ajusta siempre hacia el mismo lado.