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Un tembladeral en el área Cultura, similar a la casa de Gran Hermano

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Desde el primer minuto del nuevo Gobierno, los movimientos en el área de Cultura se parecen más a los de la Casa de Gran Hermano que a los de una repartición oficial. A ella se incorporan artistas y funcionarios de valía quienes, poco a poco, van abandonando la casa, aunque con algunas notorias diferencias con respecto al reality: en algún caso se les informa que esa casa ya no existe, y en otros que ellos, de una forma casi fantasmagórica, nunca estuvieron allí. Dicho de otra forma, que nunca fueron designados.

Es el caso de Javier Torre, quien desde el 10 de diciembre último trabajaba en el Fondo Nacional de las Artes, formando un nuevo directorio y trazando un plan de trabajo, hasta que se enteró de que la “ley ómnibus” ordenaba disolver el organismo creado en 1958.

Y lo supo de la misma forma que la totalidad del país, incluyendo una buena parte del Gobierno: sin anestesia. Anteayer, Torre dio un reportaje a “Clarín” y dijo: “Si esto se hunde soy el capitán y me tengo que quedar. Seré el último en salir…”, y a los pocos minutos el secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, oficializado el martes en el Boletín Oficial, tuiteó: “Las opiniones de Javier Torre, a quien estimo y respeto, son a título personal y no reflejan en absoluto el espíritu ni los objetivos de esta secretaría ni de este Gobierno, en particular porque se trata de alguien que no ha sido designado para el cargo que se atribuye.”

Leonardo Ciffeli.avif

Ese tuit, como era imaginable, contribuyó a enturbiar más las aguas. Ayer, más calmo, Torre dijo a este diario: “Es un crimen que el Fondo se venga abajo. No me preocupa mi destino personal sino el del organismo. Estoy seguro de que la gente de Buenos Aires no dimensiona por entero lo que significa el FNA en el resto del país, las becas y las facilidades para artistas, artesanos, creadores de las regiones más remotas de nuestra patria. Hay 491 puntos digitales a través de los cuales se comunican artistas de todo el país. El Fondo, salvando las distancias, es como la Scaloneta. Sé que hubo marchas aquí contra su cierre pero también las hay en provincias, me están contando que ahora hay una en Gualeguaychú, por ejemplo”.

Cuando este diario le pregunta si su situación en el Fondo podría tener marcha atrás es categórico: “No, salvo que me lo pida el presidente Milei o su hermana Karina, porque yo fui presentado por Cifelli ante ellos como el nuevo presidente del FNA. Ese tuit es un agravio, no es reversible. Pero insisto, hoy lo prioritario es salvar al Fondo, yo estoy bien en mi vida privada y profesional”.

El desconcierto no puede ser mayor. No solo el manifestado públicamente en las redes sociales sino también el que el propio personal del Fondo le envió a Torre a través de una extensa carta en la que, entre otras cosas, dice: “Lamentamos que tu presidencia no se haya puesto en marcha ya que estamos seguros de que hubiera sido un ciclo exitoso basado en la excelencia y el respeto a la creatividad y el talento”.

Pero, ¿a qué se debe esta animosidad contra un organismo que tanto bien hizo a lo largo de las décadas y que no le cuesta un peso al Estado, ya que se sostiene a través del Dominio Público Pagante? Entremos ahora en una de las mayores paradojas de la política cultural de estos 40 años de democracia. Durante su campaña, Javier Milei dijo en más de una oportunidad que, en su opinión, el mejor presidente que había tenido la nación en estas cuatro décadas (“y por lejos”, añadía) era Carlos Saúl Menem, a cuyas políticas lo unen muchas de sus líneas de gobierno. Muchas, salvo en Cultura.

Durante la presidencia de Menem se reforzaron todas los organismos oficiales de Cultura: el Incaa (llamado entonces INC), a cuyo frente estuvo durante la mayor parte de la gestión Julio Márbiz, no solo recuperó el Festival de Mar del Plata en 1996, con categoría clase A (la de Cannes, Berlín y Venecia), sino que su escuela, la Enerc, de la que egresaron tantos cineastas que después formarían el llamado Nuevo Cine Argentino (y que hoy corre el riesgo de cerrar si se definancia el Incaa, tal como lo prevé la “ley ómnibus”), encontró su sede definitiva en el amplio solar que posee hasta hoy, en Salta y Moreno, elegido personalmente por Márbiz. La autofinanciación del organismo se potenció no solo con el 10% del valor de la entrada, sino con el llamado “impuesto Parisier”, por Guido Parisier, uno de los directores del INC, que gravaba el alquiler de videocasetes.

La industria, en los últimos años, intentó que ese impuesto extinto proviniera del abono a las plataformas, lo cual ahora quedó sin efecto.

El Fondo Nacional de las Artes tuvo como presidenta a una celebridad pública como Amalita Lacroze de Fortabat, y un directorio del que formaba parte Javier Torre, quien había hecho una gestión de lujo en el Centro Cultural San Martín durante los años de Alfonsín. Y, dicho sea de paso, Torre, junto con Héctor Olivera, Juan Carlos Frugone y Oscar Barney Finn (también exmiembro del directorio del FNA), integraron el primer comité seleccionador de películas del reflotado Mar del Plata.

En los años de Menem no solo se rejerarquizó Radio Nacional y sus repetidoras sino que ATC, si bien confiada a una figura popular como Gerardo Sofovich, quien le dio un matiz distinto a la pantalla, promovió y financió también ciclos y unitarios teatrales de calidad a cargo de grandes directores.

Por último, fue durante el antepenúltimo año de la segunda presidencia de Menem, 1997, que se creó el Instituto Nacional de Teatro (INT), a partir de la sanción de la Ley 24.800, otro de los organismos que la “ley ómnibus” propone condenar a muerte.

Faltaría decir que en aquel tiempo, cuando todavía el presidente elegía al intendente de Buenos Aires y el Teatro Colón dependía de la Municipalidad, a su frente estuvo Sergio Renán, a quien se le deben las temporadas más brillantes de estos 40 años de democracia. ¿Qué pasó entonces, qué pasó?